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Naturalistas ejemplares.

Cráneo de Cálao macho reproducido en la Historia Natural de Alfred Russel Wallace.

ORÍGENES DE LA 'HISTORIA NATURAL', SU DIVULGACIÓN Y EL ARTE QUE LA HA SUSTENTADO


a)De Aristóteles a Plinio el Viejo.
De la escasa pero fundamental obra que conservamos de Aristóteles, 19 trabajos versan sobre el mundo animal, y en 10 de ellas se describen 454 animales distintos.
Huelga decir que la "Historia de los animales" de Aristóteles era, como es natural, muy imperfecta, y estaba plagada de errores, pero el mero hecho de escribirla es el mayor mérito del griego. En ella, además de la descripción de animales, figuraban observaciones sobre algunos de ellos, se intentaba hacer una clasificación del reino animal, e incluso se extraían ciertas conclusiones y síntesis.
Se trata de la primera obra científica de zoología conservada hasta nuestra época, en la que el autor utilizó no sólo sus observaciones, sino también una serie de hechos verificados con anterioridad.
Está claro que no podemos saber con certeza en qué otras obras podría haberse inspirado Aristóteles. Había algunas que, entre otros temas, tenían pasajes dedicados a la vida animal, de una u otra forma. Algunas, muy antiguas, divulgaban ya conocimientos bastante certeros sobre hechos biológicos concretos, como el "Papiro de Ebers", antiguo manuscrito egipcio en el que se dice que la rana surge de la metamorfosis del renacuajo. En este caso, parece improbable que Aristóteles tuviera noticia alguna, o le diera crédito, dado que él mismo no presta demasiada atención a las ranas, como no sea para referirse a ella como ejemplo de autogénesis.
Sí parece más que probable que conociese obras de predecesores griegos, como los estudios de Anatomía de Hipócrates, o los intentos de relación de los cambios en el mundo animal de Platón.
Empédocles, por ejemplo, ya abía hecho afirmaciones tan interesantes y avanzadas como que las escamas de los peces, las plumas de las aves y el pelo de las fieras eran formaciones similares.
Pero lo que imprime una cierta calidad a la obra de Aristóteles es su privilegiada posición social, y los inmejorables recursos de que podía disponer en aquella época. Podía confiar en sí mismo y en su propio criterio para describir animales raros, lejanos o poco conocidos, porque contaba con la colaboración de personajes influyentes que se los facilitaban.
Imagínense que, en aquella época, son ustedes amigos personales de Alejandro Magno, ni más ni menos, y éste, por si fuera poco, se siente de lo más obligado y agradecido por lo mucho aprendido de ustedes. Es posible que ningún científico anterior a Aristóteles, ni nadie de sus contemporáneos, tuviese la posibilidad de recibir, con bastante regularidad, animales y plantas de países lejanos, enviados por Alejandro durante sus campañas bélicas en Persia, Asia Central y la India.
La vida de Aristóteles transcurrió durante un tiempo de profundos cambios en la Grecia antigua. Atenas había perdido el brillo de su glorioso pasado marítimo, y a la república Ateniense sucedió la monarquía macedónica.
Macedonia, región montañosa del noroeste de Grecia, más pobre y menos desarrollada que las demás, supo, no obstante, aprovechar las tensiones y luchas internas para imponerse en todas ellas. Filipo II, al lograrlo, inició de pronto un adelanto económico que transformó a Grecia, enriqueciéndola, en estado comercial, superando el estadio agrícola y ganadero. El único obstáculo a esta expansión es el dominio Persa del mar Egeo.
Alejandro, hijo de Filipo II, tras aniquilar a su rival, fundó la gran potencia macedónica, que se extendía hasta la India y Afganistán, por el este, y hasta Sicilia, por el oeste. Muchos historiadores apuntan a la posible influencia de Aristóteles en Alejandro, como motor de la arrolladora personalidad del hombre de estado.
Es posible conjeturar que el talante del niño Alejandro fuese siempre impetuoso, y amante de la lucha y las artes militares entre las que creció, pero parece seguro que su padre esperaba, del futuro dueño de Grecia, no sólo un talento militar, sino un hombre instruído, una inteligencia política, y no cabe duda de que procuró que tuviese el mejor maestro.
Por aquel entonces, el joven Aristóteles había dejado su Estagira natal, y debía rondar los dieciocho años cuando llegó a Atenas, para ingresar en la Academia de Platón. En pocos años, su nombre era conocido en toda Grecia, por lo que el rey de Macedonia invitó a tan celebrado sabio a ser preceptor de su hijo, y una de las consecuencias de esta decisión fue el intrés que Aristóteles despertó en el joven por las ciencias, por lo que, sin lugar a dudas, Alejandro debió de ser una de las personas más instruídas de su época.
Es sabido que, agradecido por el recuerdo de las jugosas conversaciones con su maestro, le enviaba frecuentes regalos, especialmente plantas o animales que no existían en Grecia.
Aristóteles recibía estos regalos y los estudiaba, describía y documentaba, y lo cierto es que dedicaba más descripciones y estudios a animales extraños a su entorno que a los más frecuentes en los lugares que él conoció. Parece que, a la fauna griega, Aristóteles no le prestaba mucha atención, y esto puede ser la primera manifestación evidente de un síndrome generalizado, que convierte en más atractivos y fascinantes los animales que remiten a tierras distintas y lejanas que a los de la propia.
Pese a ello, Aristóteles no dudó en redactar lo que actualmente se considera el primer sistema zoológico.
De lo que Aristóteles podía observar, de común o de diferente, en los animales, deducía separaciones en el mundo animal. Éstas no podrían ser consideradas acertadas, desde la perspectiva actual, pero, por aquel entonces, constituían las anotaciones del más agudo observador, y por ello muchos de los errores que colaboró a perpetuar tuvieron una gran trascendencia en otros autores.
Por citar un ejemplo, Aristóteles dividió los animales en dos grupos, atendiendo a los que tenían sangre y los que, en su lugar, tenían "algo análogo". Según el sabio, los animales con sangre tienen espinazo, y los sin sangre no, como tampoco tienen corazón o arterias, puesto que, al no tener sangre, no los necesitan, y veía en el pulpo un ejemplo de ello.
A nadie sorprenden ya estos errores, pero nunca debería dejar de sorprendernos la gran cantidad de aciertos, o informaciones todavía vigentes, que contiene la "Historia de los animales" aristotélica.
Describió al guepardo con bastante precisión, al igual que el camello y algunas especies de monos. Pese a ignorar la metamorfosis de la rana, conocía bastante bien, ya completa, ya incompleta, la de muchos insectos. Sabía que el zángano nace de huevos no fecundados, y no se limitó a listar y describir los animales, sino que los estructuró en tres grupos: cuadrúpedos vivíparos (mamíferos), aves y gusanos, entre los que incluyó a los demás animales terrestres.
También dividió en grupos a los habitantes de los mares, haciendo ya una distinción particular para delfines y ballenas. Consideró que la sangre caliente, la respiración pulmonar, y el parto de crías vivas, eran síntomas más importantes que el biotopo. Con esto, Aristóteles se adelantó en dos milenios a su tiempo, y seguiría transcurriendo mucho tiempo en que los hombres de ciencia persistirían, no obstante, en incluir a las ballenas en el mismo gupo que los peces.
Tampoco se le escapó la distinción entre peces óseos y cartilaginosos. A la vista del pálpito, crecimiento, multiplicación, del mundo circundante, procuró clasificar todo lo vivo en cuatro reinos : el animado, que sólo existe; el vegetal, que existe y se multiplica; el animal, que existe, se multiplica y se mueve; y, por último, el del hombre, que, además, piensa.
Aristóteles deseaba que el número de hombres de ciencia, o con cierta información científica, aumentase, lo que le llevó a fundar El Liceo, que dirigió durante doce años, pero pocos lo valoraron a la muerte de Alejandro Magno, y, amenazado de muerte por su cercanía al antiguo monarca, hubo de huir, sobreviviendo sólo un año al destierro, pero la primera piedra de la zoología como ciencia ya estaba arrojada, y su máxima autoridad en el campo se vio inquebrantable a lo largo de dos milenios, durante los cuales la zoología se limitó a guiarse por la obra aristotélica y complementarla, comentarla y divulgarla.
La calidad y la relevancia de algunas de estas revisiones de la zoología de Aristóteles, les ha merecido un lugar de privilegio en la historia de la divulgación científica. Seguramente, el más destacado de los prolongadores de la zoología aristotélica fue Plinio el Viejo (23-79, s.I de nuestra era), un rico y notable romano que, entre muchas obras, escribió una Historia Natural en 37 tomos, que él mismo, al parecer, consideraba el más importante de sus estudios.
La importancia de Plinio el Viejo radica, a mi modo de ver, precisamente en no ser un científico, sino un hombre curioso y un divulgador, personaje que encarna el éxito de la divulgación científica como actividad cultural y, ¿porqué no? como negocio, sea por un beneficio de prestigio social o, directamente, económico, y, desde luego, la constatación de que la curiosidad intelectual y los medios económicos siempre han sido el caldo de cultivo ideal para los avances divulgativos de la zoología.
Plinio era un alto funcionario imperial, y como tal había viajado y visto mucho, y de todo tomaba buena nota en sus escritos, pero su principal fuente eran las obras de otros autores. Su lista de libros ha llegado hasta nuestros días, y demuestra que por sus manos pasaron más de dos mil obras de minaralogía, física, medicina, técnica, anatomía, etnografía, astronomía...de suerte que su "Historia Natural" dedica varios libros a cada una de estas materias. Cuatro tomos tratan de zoología.
Plinio el Viejo, a diferencia de Aristóteles, no buscaba hechos que confirmasen suposición o conclusión alguna, a través del estudio de hechos que apuntasen hacia posibles leyes generales. No intentó sistematizar los datos que obtenía.
No se mostró crítico ante los juicios de sus fuentes. Incluyó cuantas fábulas, anécdotas y patrañas pudo recopilar. Escribió que los embriones se mezclan entre ellos mismos, dando lugar a animales diversos; los embriones caen del cielo y sólo pueden reproducirse si no se los comen antes los animales. Entre estos, Plinio cita indistintamente a los verdaderos y a los imaginarios, como aves de dos corazones u hormigas gigantes.
También llegó a afirmar que la carne de oso crece tras haber sido cocida, y fenómenos similares, con lo que Plinio comenzó a sentar uno de los principios de la divulgación zoológica: no seleccionar los hechos con otro criterio que la búsqueda de prodigios, de los que quería ofrecer el mayor número posible, por lo que seguramente leía mucho y es fácil imaginarlo dictando a sus escribientes o recopilando datos en cualquier momento libre.
Plinio fué un pionero del espíritu documentalista que hoy reconocemos en sociedades divulgativas como National Geographic. Era capaz de presentarse con un equipo de transcriptores y una nave imperial a tomar nota de la erupción del Vesubio.
Así lo hizo el 22 de Agosto del año 79, cuando llegó a la armada romana varada cerca de Nápoles, inspeccionar el origen de las nubes de polvo y humo que provenían del monte.
Al recibir la noticia sobre la difícil situación de los habitantes de Herculano y Pompeya, la flota partió en su ayuda, y Plinio se presentó, como un reportero gráfico de hoy en día, a tomar nota de los acontecimietos.
Parece ser que, hacia el crepúsculo, el volcán se apaciguó y Plinio el Viejo bajó a inspeccionar la costa, pero una nueva erupción le impidió ver publicadas sus obras.
Lo haría por él su sobrino, Plinio el Joven, y durante casi un milenio y medio, los libros de Plinio el Viejo, incluso plagados de fantasías y errores, gozaron de gran aceptación y vigencia, y nos transmitieron interesantes hechos auténticos, como una especie de gran enciclopedia del pasado y de los conocimientos sobre la naturaleza del pasado. Una enciclopedia en la que se instruyeron centenares de naturalistas y que despertó en gran medida la curiosidad de los hombres por la observación e investigación de los animales.
Si Aristóteles puede ser considerado el primer zoólogo, entonces Plinio representa al primer gran divulgador, documentalista, precursor de los modernos diseñadores de parques temáticos, zoológicos y realizadores de cine y televisión documental. Después de él, la divulgación de conocimientos zoológicos, entraría en un curioso período especulativo que sólo siglos después encontraría cierta renovación en la obra de Konrad Gesner.

b) De Plinio a Gesner.

Del mundo animal de la antigüedad clásica
al mundo animal de la edad media.
Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno, se convirtió durante un tiempo glorioso, en la capital cultural y científica de la antigüedad. Allí vivieron, trabajaron o viajaron con asiduidad Arquímedes, Ptolomeo, Euclides o Aristarco. Allí podían acceder a la famosa Academia de Alejandría, que, ya por aquel entonces, acogía un observatorio astronómico, un anfiteatro anatómico, un jardín botánico y un parque zoológico.
La ciencia conocía uno de sus momentos de desarrollo más prometedores, y fue entonces cuando la iglesia católica emprendió una terrible ofensiva contra ese mundo de los científicos, las bibliotecas, o los sospechosos de alfabetismo.
El templo al dios Egipcio Serapis albergaba la mitad de la más grande biblioteca del mundo, y allí se encaminaron los furibundos fanáticos instigados por el patriarca Teófilo. La imagen de los animales pasó a representar tanto un recordatorio de curiosidad científica como de antiguos cultos paganos. El mundo experimentó una temerosa conmoción, que se traduciría en una época de fundamentalismo religioso y teocracia delegada en los ministros del señor.
Vinieron tiempos de quemas. Se empezó por la biblioteca de Alejandría, pero los siglos venideros conocerían más quemas de libros, de "brujas", de "herejes", de los que ponían en duda la doctrina de la iglesia, dedicando su tiempo a intentar descifrar los enigmas de la física, que, junto con la astronomía, la química y la filosofía, desaparecieron de los motores culturales y políticos, para ceder su lugar a la magia, la alquimia, la astrología y la teología. No corrían tiempos para poner en tela de juicio la tarea del Divino Creador.
Pero no era tan sencillo acallar las importantes voces del pasado, más llamativas cuanto más reprimidas, y era conveniente convertir la autoridad de Aristóteles, o de Plinio, en cómplice de los preceptos católicos, puesto que sus obras ya no podían destruirse. Nos encontramos, pues en un momento de incertidumbre sobre el recuento de copias manuscritas de estas obras, que podemos considerar de 'masiva' aceptación. Era más fácil unirse a ellos que ir contra ellos, y, así pues, la iglesia emprendió la tarea de redactar las obras de los sabios del pasado, sin amilanarse a la hora de cortar o añadir pasajes, y una de sus más elaboradas tareas fue precisamente la de crear su propia "Historia de los animales", que satisfacía todas las espectativas de la iglesia católica del momento.
Esta Historia apareció en el s. II, y fue corregida y transcrita, reiteradamente, y traducida a diversos idiomas, con el título de "Fisiologus", palabra ('el fisiólogo') que ya encontrábamos en la obra de Aristóteles, para designar al hombre que investiga la naturaleza y procura penetrar en la esencia de cosas y fenómenos, lo cual estaba lejos de caracterizar a este libro, a pesar de transcribir múltiples fragmentos de la obra aristotélica, porque, al fin y al cabo, para la iglesia no era adecuado el hecho de no aceptar las cosas tal cual son, según obra y designio divinos.
Así pues, los antiguos textos de tema zoológico, pasaron a ilustrar, como ya hemos comentado anteriormente, las obras y capacidades del creador, en los comportamientos y características de los animales, espejos de las múltiples imágenes de Dios, o, para ser más precisos, de sus actos. Al referirse, por ejemplo , al hecho dado por cierto de que la pantera duerme tres días después de cazar, el libro dejaba clara la semejanza con Nuestro Señor, quien, igualmente, resucitó al tercer día.
Muchos de estos transcriptores, en gran medida autores, de las sucesivas versiones de "El Fisiólogo", se mantenían en el anonimato, pero, a medida que la publicación del libro adquiría mayor 'solera' entre las actividades eclesiásticas, bastantes libros inspirados en Fisiologus lucían el nombre de sus ilustres escritores, como es el caso de "Speculum", ejemplo de libro ajustado a la 'normativa cristiana' vigente, del monje Vincent de Beauvais.
Lo mismo sucede con la obra de Alberto Magno, "doctor universal, excelso en magia, más grandioso en filosofía, y supremo en teología". Nadie puede dudar hoy en día de las dotes de comunicador de este personaje. Sus clases en la Universidad de París, al parecer, eran tan concurridas, que las aulas eran insuficientes para su curioso auditorio, y las impartía en la plaza Maubert, al aire libre, convirtiéndolas en un especie de acto público, por lo tanto lejos de toda sospecha e incluso ejemplar.
El origen divino de las cosas parecía el único mensaje de sus oratorias y escritos, pero lo que mantenía la atención de sus oyentes y lectores, a juzgar por el éxito de los libros de zoología, era la curiosidad suscitada por los animales y sus peculiaridades, del mismo modo que hoy se invoca a contenidos ideológicos en los documentales para televisión. En este sentido, podríamos decir que el origen de todos los Gerald Durrel, Sir David Attemborough, Jaques Cousteau o Rodríguez de la Fuente, podríamos señalarlo en estas clases al aire libre de Alberto Magno, el primero en sacar a la calle la divulgación zoológica hablada.
Amparándose en su crecida autoridad, su credibilidad, se permitió, incluso, procurarse ciertos méritos ante la ciencia, no por sus afirmaciones, sino más bien a través de ciertas negaciones, pues fue de los pocos en dudar de los "milagros" descritos en los libros, lo cual no dejaba de ser una vacuna contra posibles brotes de gratuíta blasfemia o herejía, y pone en evidencia la astuta visión del estado de las cosas de este gran comunicador.
El desarrollo de la navegación trajo consigo el descubrimiento de otras tierras, de las que iban llegando noticias al viejo continente. Se comenzaba a gestar el contexto histórico al que ya nos referimos en relación a Swift: la cultura adquiere el hábito de proyectar todas sus fantasías, temores y anhelos, sobre la narración de acontecimientos y hechos sorprendentes en las tierras ignotas, diferentes, demasiado lejanas como para exigir una constatación de tales hachos.
Las ilustraciones de los libros, en un principio ornamentales, comienzan a adquirir un cierto nivel de exactitud relativa, es decir: una vez habituada la sociedad a reconocer figuras en dibujos y grabados, sabía apreciar la mayor o menor exactitud de dichas figuras, al compararlas con los animales conocidos, que también sirven mutuamente como referencia comparativa entre sí.
Las figuras de animales conocidos, más fieles a la realidad, no hacían sino aumentar los visos de verosimilitud de las demás ilustraciones, y las fantasías sobre tierras lejanas eran el mejor terreno para la especulación, confundida con los relatos reales de viajes, de por sí, a menudo, contaminados por el deseo de contar algo extraordinario.
Y así aparecen más libros plagados de milagros, este es el ámbito principal de los estudios de Lucien Boia ("Entre el ángel y la bestia"-ver bibliogr.-) a los que ya hemos hecho referencia. El imaginario popular se amplió en la dirección de los seres que habitaban aquellas tierras lejanas y desconocidas. La navegación había posibilitado el fomento de una certidumbre sobre la existencia de mundos diferentes, aunque a menudo se llegaba a especular sobre leyes naturales diferenciadas para estos nuevos mundos.
Tener algo que contar, a la vuelta de un largo viaje, bien podía convertirse en un éxito editorial de la época (tengamos en cuenta que la popularización de la imprenta haría del libro un nuevo tipo de objeto múltiple, replicado, que extendería mucho más la aceptación de este tipo de descripciones y relatos sobre otros seres vivos diferentes, entremezclando animales y humanos diferentes con una frontera muy difusa entre animalidad y humanidad.
El inglés John Mandeville, en 1327, se embarcaría en un viaje de treintaitrés años en Asia y África, y no tardó en anotar las experiencias de sus asombrosos viajes, como su encuentro con hombres de una sola pierna y un gran pie, con el que caminaban a gran velocidad y les protegía a modo de sombrlla al dormir la siesta, a diferencia de otras tribus, que preferían usar su hipertrofiado labio superior. De momento quedémonos tan sólo con este gusto por la exageración de algún rasgo físico concreto.
Sebastian Munster, un alemán cuyo libro "Cosmographia Universalis" apareció en 1544, describió enanos que se alimentaban del olor de las manzanas, y serpientes que defendían a los hijos legítimos y mataban a los ilegítimos, y volvían a aparecer hombres de grandes labios y de una sola pierna. En el transcurso de veinte años, el libro de Munster conoció casi cincuenta ediciones.
Los libros menos fantasiosos, los que hoy en día más ajustaríamos al criterio de 'libros de viajes', como el de Marco Polo (que recorrió Asia varios decenios antes que Mandeville) no tenían un éxito tan rotundo, pero bien es cierto que Polo describe siberianos acéfalos, y asegura haber visto unicornios. De hecho, como ya hemos visto, prefiere constatar la existencia de un ser cuya descripción no se ajusta a lo que ve (sólo en el único cuerno que le da nombre, al igual que al rinoceronte) y transformar el concepto que del unicornio se tenía hasta entonces.
Lo nuevo no encontraba, por fantástico que fuese, excesivas críticas por parte de la clerecía, principal promotora de este tipo de publicaciones, siempre y cuando no pretendiese enmendar o desdecir alguna verdad aristotélica.
El mejor ejemplo, del peso del "magister dixit" en la época, lo podríamos encontrar en la afirmación de Aristóteles sobre el número de patas, cuatro, de las moscas, provocando el el hecho de que, durante mucho tiempo, las de seis eran consideradas aberraciones monstruosas. Aristóteles, convertido en ídolo por la iglesia, comenzaba a facilitar argumentos para señalar herejías.
Las universidades fundadas en los siglos XI y XII en algunos países europeos no aportaron gran cosa al desarrollo de la zoología, ni de ninguna otra ciencia, casi siempre en nombre de Aristóteles.
En la Universidad de Oxford (la segunda de Europa, después de la de París) llegó a colgarse un cartel que especificaba las multas y sanciones para todo descrédito de Aristóteles. Por ello, tendrían que pasar dos milenios tras la muerte de Aristóteles para que alguien se atreviese a contradecirlo explícitamente, y sería el boloñés Ulises Aldrovandi, pero Adrovandi no intentaba emular la obra de Aristóteles, sino que se había marcado las directrices marcadas por la obra de Konrad Gesner. La gran importancia de las obras de Aldrovandi y de Gesner estriba en la constatación del gran cambio operado por la aparición de la imprenta, y por la curiosidad coleccionista que les devolvía al punto de partida de Aristóteles.
Si las imágenes de animales habían sido importantes para atraer la curiosidad hacia los bestiarios medievales, en las obras renacentistas la imprenta y el grabado suponen la proliferación de estas imágenes, cuya reproducción ya no exige la copia una a una, sino que cada una de estas imágenes puede ser repetida una y otra vez sin excesivo esfuerzo, lo que suponía una gran mejora en la calidad de las ediciones, todas ellas, ahora, con gran número de grabados, con más imágenes de animales y criaturas asombrosas.
Las imágenes de libros anteriores habían generado mitos zoológicos que muchos farsantes reproducían con restos de otros animales, y Gesner los recopilaba en busca de algún ejemplar auténtico, sin dudar en reproducir sus extrañas formas en planchas de grabado, como hizo con el grabado que Durero había elaborado a partir de su dibujo del rinoceronte, simultáneamente, el monje de mar, cuya falsificación, manipulando las formas anatómicas de rayas desecadas al sol, era bastante frecuente por aquel entonces.
El renovado interés por la cultura clásica, propio de los siglos XIV-XVI, tocaba a muchos ámbitos: arte, literatura, filosofía...En este ámbito renacentista, y con el apoyo revolucionario de la imprenta y de los grandes descubrimientos marítimos, Gesner supone una cierta maduración del concepto de libro de zoología ilustrado, en el mismo momento en que la iglesia católica se ha de enfrentar a las duras críticas de diversos sectores y Lutero perjeña su sublevación.
Los pasos en falso contra los postulados de la iglesia se pueden dar de bruces contra la maquinaria de la Inquisición, que impone los criterios ctólico-aristotélicos por la vía de la tortura y la prisión, persiguiendo a Copérnico, a Kepler, quemando a Giodano Bruno y casi eliminando de igual forma a Aldrovandi.
A pesar de todo, la ciencia se abría camino, y el renacimiento conoció grandes inventos y grandes talentos, aunque también es cierto que no fue la zoología un campo de grandes avances en esta época. Pese a ello, Rondelet, en Francia, o Hipólito Salviani, en Italia, estudiaron los peces, y junto con el fancés Pierre Belon (estudioso de las aves) y el inglés Thomas Moufet (investigador de los insectos) fueron sabios renacentistas que pasaron a ingresar en la historia de lo que hoy entendemos por ciencias naturales.
Konrad Gesner fue médico, por lo que supo reconocer en su propia persona los síntomas de la peste que hizo estragos en Zurich en 1565, y acabó con su propia vida, una vida vida propia de esa idea del naturalista que necesita ver para creer. La constatación de los hechos empíricos de la naturaleza resultaba problemática, puesto que el coleccioneismo de especímenes no era una actividad comprendida por ningún coetáneo de Gesner o Aldrovandi. Este, por ejemplo, destinaba gran parte de sus ingrsos a la adquisición de especímenes para sus colecciones botánicas y zoológicas.
Las primeras encontraron su destino en la organización de un jardín botánico en Bolonia, y los animales descritos e ilustrados en su obra llenaron varios tomos, pero sus actividades, a ojos de ignorantes y analfabetos, parecían absurdas, y a ojos de la iglesia, dados los muchos conocimientos científicos del sabio, sospechosas de herejía. Por eso su casa fue destruída, y le faltó muy poco para ser pasto de la hoguera inquisidora, al continuar con sus actividades.
Gesner, huérfano, había sido educado por un humilde artesano, tío suyo, y no parece claro quién se percató de sus aptitudes e inclinaciones, y lo orientó hacia la vida universitaria, pero lo cierto es que en 1537 era un joven profesor de griego en la universidad de Laussanne, y, desviando sus estudios hacia las ciencias naturales, al cabo de cuatro años, Gesner era médico y naturalista.
Su humilde condición, y sus años de trabajo para costearse los estudios, hacían de Gesner una persona físicamente debilitada, prematuramente envejecida, lo cual no impidió que su entusiasmo por la botánica le llevara a la organización de un jardín botánico, sostenido con su propio dinero, que no tardaría en convertirse en uno de los motivos de orgullo de Zurich. Procuró encontrar algún tipo de principio en el que basar una clasificación de las plantas, y, como médico, intentó dejar especial constancia de aquellas que pudiesen servir como fármacos. Publicó libros de botánica y lingüística, e incluso de mineralogía, pero su fama, sin duda, se debe a la zoología.
Lo más destacado que podemos decir de Gesner es que creó el primer museo de zoología, tal y como lo entendemos hoy en día, del mundo, y no lo creó como lugar de público acceso, sino como despacho de trabajo, durante el cual gustaba rodearse con referencias físicas de lo que explicaba en sus escritos. Como referencia de ambiente científico, esta colección particular, llena de esqueletos, herbarios, animales disecados, insectarios, es harto significativa. Desde luego, lo más importante que podríamos haber encotrado en el depacho del zuriqués eran los cuatro grandes libros que constituían su Historia de los Animales. Gesner murió cuando todavía tabajaba en la producción del quinto volumen, dedicado a los insectos, y que sería publicado por sus amigos y discípulos.
La obra de Gesner supone el primer intento de compilación crítica de todo lo conocido sobre el reino animal, desde Aristóteles a Plinio, acabando en el comentario de las obras de autores de su tiempo.
Gesner dio gran importancia a los grabados, en su obra, y, conocedor de la técnica, procuro reproducir de las obras que consultaba las imágenes de los animales cometados, o encargar la reproducción en plancha de los dibujos y grabados que consideraba más interesantes, como es el caso del rinoceronte dibujado y grabado por Durero, y en este aspecto es un precursor del estilo de los enciclopedistas del s XVIII.
Sus conocimientos lingüísticos (dominaba el alemán, el francés, inglés, italiano y griego) lo convirtieron en un escrupuloso y honesto transcriptor de textos, y realizó un enorme trabajo al recopilar los conocimientos zoológicos del momento, si bien es cierto que, inmerso como estaba en la cultura de su tiempo, le resultaba imposible sustraerse a la credulidad en lo referente a criaturas a cuya existencia le costaba renunciar.
En lo referente a la enorme importancia de las imágenes de su obra (aproximadamente un millar, muchos grabados, para la época que estrenaba la imprenta de tipos móviles e complicidad con los tórculos de grabado en madera), hay que añadir que Gesner también es un pionero en la aclaración de la referencia gráfica, no faltando los grabados acompañados de leyendas del tipo "este grabado reproduce el trabajo del dibujante original, aunque yo carezco de datos sobre su exactitud", estableciendo un diálogo muy moderno con el medio bibliográfico, del que su enciclopedia zoológica constituye un adelanto a su tiempo, incluso salvando el hecho de que los animales sean expuestos en orden alfabético, a modo de diccionario o compendio, porque en su época no existía criterio alguno de organización faunística. Pese a ello, la sistemática que aplicaba en la descripción de cada animal resultaba ejemplar. Cada una de ellas constaba de los siguientes puntos:

1- Nombre del animal en diferentes idiomas.
2- Descripción del animal, señalando su hábitat.
3- Modo de vida del animal y cuadro de comportamiento.
4- Zoología aplicada: caza, domesticación, aprovechamiento de la carne, usos del animal...
5- Etimología, liturgia y leyendas: origen del nombre del aimal. Su presencia en la religión y la mitología. Fábulas, versos o refranes en referencia al animal.

Pasaron alrededor de doscientos años durante los cuales la obra de Gesner seguía teniendo vigencia y era referencia obligada de científicos y naturalistas, si es que ya se les podía otorgar tal denominación, en todo caso más merecida por la esforzada recopilación de datos, que por su selección o ajuste a organización sistemática alguna, puesto que para ello la humanidad habría de esperar a los trabajos de Linneo.




c) Del "sistema de la naturaleza" de Linneo
a la novedosa cadena Lamarckiana del ser.


Parece ser, como constatan ciertas anécdotas biográficas, recogidas, o bien recreadas, por algunos autores, que Carlos de Linneo (1707-1778) estaba lleno de manías, a la hora de organizar cuestiones del orden doméstico, como los cajones de ropa, siguiendo criterios de clases, lo cual no siempre era recibido con abierta comprensión por parte de su familia.
Aparte de estas especulaciones anecdóticas, hay que señalar de Linneo que tuvo una vida llena de dificultades y altibajos. En 1735 era profesor particular de un alumno con dificultades académicas, con tanto éxito que no tardó en perder su principal fuente de ingresos. Incluso sus ocasionales servicios como médico atravesaron una crisis de preocupante salud entre sus pacientes, y de ellos, los más pudientes preferían los servicios del más reputado médico de la ciudad, Moraeus, quien le daría myores motivos de preocupación en la persona de su hija, Sara Lisa, de quien Linné se prendó aprincipios de ese mismo año.
El hecho de que el antiguo estudiante de medicina fuese un hombre decidido, no era suficiente para satisfacer el espíritu práctico de Moraeus, a quien no disgustaba el pretendiente, al que veía, no obstante, lejos de una posición social digna a sus veintiocho años. Pero Linné no era más que un eterno estudiante, y, según parece, un hombre de carácter impulsivo y físico imponente y fortachón, perfectamente capaz de liarse a mamporros, lo cual podría, aer, haber sido la causa de su expulsión de la universidad, donde, se decía, había agredido, o intentado agredir, a un profesor.
Carecía, por tanto, de una situación o un crédito deseables, único requisito exigido por Moraeus, quien puso como condición para el deseado matrimonio que Linné adquiriese un título científico y una posición social y económicamente segura. Linné aceptó el reto, sencillamente porque su vida había sido una carrera de obstáculos.
Nils de Linné había soñado que su hijo fuera sacedorte, como él, veterano cura de aldea, pero, desde pequeño, el muchacho se sintió atraído por las plantas. Sus méritos escolares eran más bien escasos, y el padre el padre decidió hacerlo aprendiz de algún artesano, ya que el sacerdocio parecía algo improbable en alguien tan cercano a la definición de gandul. El médico de la ciudad, Johan Rotman, fue al parecer quien salvó a Linné para la ciencia, haciéndole un enorme servicio a la biología. Convenció a sus padres para que el muchacho no acabase siendo zapatero. Y lo hizo basándose en un criterio, bastante extendido en la época, acerca de la aptitud para los estudios de médico de todo individuo que mostrase interés por las plantas. Rotman demostró cierta astucia cuando pidió al chaval que le tradujera un texto. Éste no se podía negar, y así lo hizo, descibriendo, con creciente interés, que se trataba de Plinio.
Rotman, sin lugar a dudas, dió en el clavo. Linné no sólo leyó a Plinio, sino que su curiosidad le hizo aprender aquellos textos casi de memoria, y así se gestó el que terminase sus estudios en el liceo e ingresase en la universidad de Lund, en la que otro entusiasta tutor del joven, el profesor Stobaeus, colaboró en aminorar las dificultades económicas del cura Linné para pagar los estudios de su hijo, que se reveló como un gran amante de la ciencia, rasgo que le trajo no pocos problemas, puesto que prefirió la investigación al progrso en las escalas académicas. Por ello, no tardó en trasladarse a la universidad de Upsala, famosa por sus profesores, su gran biblioteca y su jardín botánico.
En aquella ciudad de mítico origen divino pagano, con una buena recomendación de su universidad de origen, Linné no tardó en sentirse decepcionado. Se encontró una universidad decadente, con una actividad mermada y unas instalaciones en gran parte consumidas por las llamas de un inoportuno incendio. Si además tenemos en cuenta que la beca real, de la que gozaba Linné, era más bien escasa, y, al parecer, las ropas y el aspecto del estudiante le daban una imagen bastante "grunge" para la época, más llamativa todavía a la luz de los faroles públicos, bajo los que leía cuando su presupuesto no alcanzaba para velas. Esta precaria situación, sumada a la enfermedad de su senil padre, empujaban paulatinamente a su decisión de sustituirle en sus deberes sacerdotales ahora que había adquirido instrucción. Pero una nueva casualidad lo salvó de regreso al hogar paterno, ya que un casual encuentro en el jardín botánico del que ya parecía tener que despedirse.
Cierto teólogo escribía un libro sobre plantas mencionadas en la biblia (nótese el estado de las cosas en la difusión de los conocimientos sobre la naturaleza) para lo cual necesitaba un ayudante con conocimienntos en de flora liturgia. ¿Qué mejor que un botánico, hijo de clérigo, con el carácter emprendedor de Linné? Este hecho resolvió sus problemas económicos y su permanencia en la universidad, donde, al cabo de un año, aunque todavía era estudiante, ya estaba dando clases de botánica. Así pudo planificarse su primer viaje a Laponia en 1732.
Por aquel entonces, las ciencias naturales carecían de prestigio en la universidad. Los físicos, médicos y botánicos eran considerados científicos de segundo orden, en comparación co los teólogos y filólogos, sabios de primer orden, pese a lo cual la institución facilitó a Linné una cierta cantidad de dinero para su viaje. Y lo cierto es que no lo hizo con un interés estrictamente científico, ni siquiera personal.
La corona quería informarse respecto al restablecimiento de las colecciones de animales y plantas e informes sobre Laponia quemados durante un incendio en 1702. La subvención, no obstante, no le libró de hacer gran parte del camino a pie, siempre en condiciones precarias, y consumió el dinero antes de concluir su periplo, a pesar de lo cual regrsó con gran cantidad de observaciones anotadas y especímenes botánicos, y, cómo no, numerosos dibujos de plantas.
Fue en ese momento cuando Linné comenzó su titánica labor de sistematización, lo cual nos habla de la estrecha relación existente entre la identificación de formas orgánicas, la clasificación de ítems de información visual, y la actividad del dibujo, la reproducción gráfica. Y bien podría haber continuado dicha actividad si no fuese por el recelo de ciertos miembros de la universidad, especialmente de cierto profesor Rosén, que veía en Linné un advenedizo estudiante, sin título alguno, que osaba dar clases. Nadie se percataba, o no se interesaba por hacerlo, del hecho consumado de que Linné era ya uno de los científicos con mayor erudición de su época. Amparándose en los estatutos vigentes, y al no disponer de un título científico que le amparase, consiguieron su expulsión, momento en que parece ser que Rosén y Linné tuvieron su violento encuentro. La verdad es que los conflictos humanos suscitan la curiosidad, y Linné proporcionó la base a su enemigo en la que sustentar sus especulaciones sobre homicidios frustrados.
Así pues, Linné dejó Upsala para ir a parar a Fahlun. No había dejado de pensar en sus inquietudes científicas, y había estado esperando una ocasión propicia para ir al extranjero. En Suecia, por aquel entonces, tan sólo se reconocían los títulos científicos otorgados en el extranjero, y había ahorrado para ello, habida cuenta de la conversación con el padre de Sara Lisa.
La ausenciá se prolongó más de lo que él, probablemente, habría programado. La defensa de su tesis de medicina no le llevó mucho tiempo, pero había llevado consigo su trabajo de botánica, un folleto de trece páginas de gran formato, titulado 'Sistema de la Naturaleza', primeros apuntes de lo que años más tarde retomaría con gran dedicación. Tanta, que, a su muerte, la duodécima edición de un trabajo constantemente revisado ya comprendía cuatro volúmenes con un total de 1.335 páginas.
El éxito de aquel folleto, entre los primeros especialistas que tuvieron ocasión de hojearlo, supuso un crciente interés por parte de grandes científicos de la época que elogiaron públicamente el sistema del joven científico. La furia de sus detractores no hizo sino magnificar la creciente fama e importancia de la figura de Linneo y su revolucionario planteamiento entre los botánicos del momento. Si bien no le reportó beneficios económicos, su prestigio le favoreció el acceso a las colecciones privadas.
Recordemos que estamos hablando de una época en la que la clase acomodada dispone de mucho tiempo libre, y el coleccionismo naturalista, como ya hemos visto en capítulos anteriores, era un frecuente signo de bienestar, y un entretenimiento. Muchos propietarios de colecciones privadas, poseían más curiosidad que conocimientos botánicos, y Linné, que se beneficiaba del acceso a nuevas especies, tuvo a su disposición una gran cantidad de material de trabajo al poner en orden dichas colecciones, a partir de las cuales clasificó y describió una gran cantidad de plantas.
Tras cinco años de trabajo y creciente fama, Linné regreso junto a su prometida cargado de diplomas y libros de su propia pluma...y con los bolsillos prácticamente vacíos. Una vez más, la casualidad cambiaría su relativa mala suerte, y un enfermo deshauciado por otros médicos, recobró la salud tras haber acudido en última instancia a nuestro hombre, que vió crecer inesperadamente su fama como galeno, llegando a servir en el almirantazgo, y, al cabo de un tiempo, el mismo rey solicitaba sus servicios. Bien es cierto que dicha actividad creció en detrimento de su labor científica, pero su nueva condición socioeconómica le permitió su boda con la hija de Maraeus, y de este tiempo se relata la discusión, anecdótica, y, en todo caso, representativa de la aportación de Linneo a la ciencia, sobre dónde debían guardarse las camisas de hombre ¿con el resto de la ropa masculina o con las camisas de mujer? ¿qué criterio era más exacto? ¿son, las camisas, ante todo, camisas, independientemente de si se distingue su corte para hombre o para mujer? Se trata, en todo caso, de una representación clara del espíritu clasificador de Linneo, precisamente lo más oportuno en una época en que florecían las colecciones, que sugerían la necesidad de un orden. No fue el aparente caos natural lo que sugirió la primera sistematización seria de la naturaleza, sino su descontextualización al ámbito coleccionista, selectivo de por sí, enriquecido al poder ofrecer una lectura comprensible de las leyes naturales, más que de la simple ratificación de la existencia de tales o cuales especímenes.
Linneo no tardó mucho en volver a la universidad, en la que ejercería durante los últimos treintaisiete años de su vida, dando clases y dirigiendo prácticas, regenerando el jardín botánico y completando las colecciones universitarias.
Pero la principal actividad de Linneo durante su vida fue la clasificación de las especies botánicas y los seres vivos siguiendo un sistema de afinidades. Era botánico por vocación y por sus trabajos fundamentales, y de hecho se había ganado el título honorífico de 'príncipe de los botánicos' en su juventud, cuando, como dice Yuri Dmítriev "bregaba por el derecho a la mano de Sara Lisa".
La zoología debe uno de sus pasos más decisivos a la botánica, de algún modo, y, los biólogos de hoy, por las más modernas investigaciones, saben bien que existen mundos fronterizos entre el mundo inerte y el vivo, entre el mundo vegetal y el animal, entre los animales simples y los complejos, meras referencias comparativas. Al establecer un cierto orden en el reino vegetal, Linneo no pudo ignorar el animal. Es obvio que todo lo dicho en capítulos anteriores respecto al sistema de analogías adquiere, en tiempos de Linneo, la suficiente asimilación y aceptación popular, como para que cualquier aventajado, que hubiese cultivado su mente en el manejo oportuno de la metáfora implícita en toda teoría científica, diese un vuelco a la visión oficial de las cosas vivas, pero idudblemente, gracias a una cultura abierta a la expresión de contenidos a través de un habitual y ágil uso de las afinidades.
Linneo, sencillamente, no pudo sustraerse a la tentativa de contemplar ciertos aciertos, o razonamientos acepteblemente lógicos, del antiguo sistema de simpatías, reemplazado por el poder de la analogía en la distribución de los órganos en el cuerpo de las plantas y los animales.
C. Linné dividió el mundo animal en seis clases:

1)Mamíferos: Animales de corazón de cuatro ventrículos y sangre roja caliente, que paren crías vivas y las alimentan con leche. Lo más frecuente es que sus cuerpos estén cubiertos de pelo. Si bien eran denominados "Cuadrúpedos", en las primeras ediciones de su obra, en las posteriores revisiones optó por el término de mamíferos.
2) Aves: Iguales características, con la salvedad de engendrar huevos y cubrir el cuerpo con plumas.
3) Reptiles. Linneo incluyó a los anfibios en el mismo grupo, en base a tener sangre fría y respirar por pulmones.
4) Peces: También de sangre fría, pero de respiración a través de branquias.
5) Insectos, peculiares por su sangre blanca (líquido sanguíneo), corazón sin aurícula y tentáculos segmentados.
6) Gusanos, distintos de los insectos por sus tentáculos no segmentados.

En total, Linneo describió alrededor de 4.200 animales (1.222 especies de vertebrados, 400 de invertebrados, independientmente de los insectos, 1.936 especies en las que Linneo incluye crustáceos, arácnidos y miriápodos). El poder de las imágenes es patente en el triunfo sistemático de los animales visibles. En tiempos de Linneo ya existía cierta noción y conocimiento de los microbios, gracias a los avances de la óptica en el renacimiento. Pero no quiso ocuparse de seres ajenos al alcance de la percepción humana, ya que consideraba que Dios los había creado para satisfacer sus propias necesidades, y que, ajenos al sistema establecido por constatación de datos a través de imágenes directas de especímenes, no tenían sitio en el nuevo sistema establecido.
Linneo partió principalmente de las características externas de los animales, de su imagen, desestimando medios de vida y constitución interna en una medida que ahora se nos antoja excesiva, hijos de otra época.
Actualmente conocemos más de un millón de especies. Las seis clases se elevan a veintitrés. La clasificación linneana se ha ido ampliando, cambiando, precisando, centenares de veces, pero seguimos utilizando su esquema básico y su nomenclatura binaria.
La nomenclatura binaria tenía precedentes. Linneo no se la inventa de la nada. Se limita a utilizar un recurso taxonómico de cierta vigencia, asimilable por sus conciudadanos. Un sustantivo, genérico, acompañado de un adjetivo, específico.
La exigente utilización de lo genérico y lo específico es la aportación de Linneo a la cultura occidental, al naciente pensamiento científico moderno. Y, para ilustrar el alcance de sus diferenciaciones, era obligado que la ciencia ofreciese imágenes cada vez menos simbólicas (o meramente representativas, sintéticas) sino más reproductivas, analíticas, diferenciadoras a través de las formas de los animales, preñadas de analogías que acusan sus diferencias.
Anteriormente a esta cierta madurez de la nomenclatura binaria, la zoología confundía nombres y los malentendidos eran muy frecuentes entre los científicos, y aunque las deficiencias del sistema de Linneo afectan a cuestiones fundamentales, no cabe duda que su novedoso criterio de sistematización aceleró enormemente la propagación de los avances de la zoología. Primero se ordenaron las palabras de acuerdo a las imágenes zoológicas. Faltaba tan sólo que esta clasificación mental pasase a ser tomada de una forma nueva, como intrínseca al sistema natural de una forma globalizadora.
Creo que esta madurez científica estaba directamente relacionada con la madura asimilación de textos e imágenes, de una rápida aceleración en la asimilación de contenidos científicos concretos. Las especulaciones ontológicas de todo tipo no faltaron, y está claro que muchas de ellas fueron erróneas, pero crearon el caldo de cultivo necesario para que la cultura las fuese asimilando. Algunas no prosperaron por la sencilla razón de su inoportunidad cultural. De Melier insinúa la mutabilidad, y, en cierto modo, la evolución, pero consiguió poco más que una cierta reververación de sus palabras. De hecho muy pocos se acuerdan ya de De Melier. Hacía falta confeccionar una imagen mental coherente con la propuesta de Linneo y sus mayoritarios adeptos para cualquier renovación científica.
Los científicos de la generación siguiente a la de Linneo sólo podrían alcanzar relevancia a través de esta vía, pero su más ilustre representante no fue comprendido tanto en su propio tiempo como a posteriori. Se trata de Jean Baptiste Antoine de Monet, caballero de Lamarck, y su concepción de la cadena del ser.
Si la mala suerte, en la biografía de Linneo, siempre presentó algún tipo de motor con consecuencias aceptablemente positivas, lo cierto es que, en el caso de Lamarck, la mala suerte no escondía compensanción alguna.



Página ilustrada de la Historia Natural de Wallace referida a la fauna de Malasia con un descripción del cráneo de la babirusa.



HACIA LA NARRACIÓN ÉPICO-NATURALISTA DE BREHM.

LA ODISEA DEL DARWINISMO
Y LA REVITALIZACIÓN DE LAS ENCICLOPEDIAS ZOOLÓGICAS ILUSTRADAS.

EL GRABADO DE IMÁGENES DE ANIMALES y la llegada de la fotografía.

a) Lamarck y el fracaso.

Cuvier y el éxito de la anatomía comparada.
Lamark (1744-1829), desde niño, quería ser militar, pero su familia le llevó a una escuela jesuíta con el objeto de convertirlo en sacerdote. Logró huir de aquella escuela y hacerse oficial, pero pronto hubo de pasar a la reserva, porque no respondía al perfil de rudo soldado bebedor y jugador. Sus aficiones le atraían hacia el mundo de la música, pero hubo de contentarse con ser empleado de banca, y, más tarde, atraído por el mundo de la botánica, llegó a convertirse en una de las autoridades más prestigiosas de dicha esfera científica, pero fue nombrado catedrático de zoología, en la parcela más engorrosa de la época: 'gusanos e insectos'. Por ello, a sus cincuenta años, un botánico poco versado en zoología hubo de estudiarla él mismo para poder impartirla a sus alumnos. Lo burlesco de su destino le procuró un tormento que inmortalizaría su nombre a costa de su sufrimiento.
Por aquel entonces había tres cátedras de zoología: 'aves y mamíferos', 'peces y reptiles' y 'gusanos e insectos'. En las dos primeras ya se había establecido un cierto orden, pero en la que ocupó Lamarck reinaba todavía un caos de difícil resolución. Recordemos que el propio Linné tenía este grupo animal amontonado y descrito a la brava, y lo cierto es que, pese a todo, Lamark acometió el trabajo con decisión y esfuerzo.
Al comenzar a poner orden en su tarea, empezó por establecer una diferenciación de los animales que constituían el objeto de su estudio, y dividió el reino animal en vertebrados e invertebrados, división que continúa vigente hoy en día.
Más tarde, al iniciar el estudio de estos invertebrados, una sucesión de descubrimientos impulsó la marcha de sus trabajos. Estudió los infusorios, pólipos y moluscos, y propuso un sistema propio que incluyese a los primeros, ya que Linné los había desechado, y acabó por definir, además de la división en vertebrados e invertebrados, catorce clases en su sistema, en lugar de las seis del de Linné.
Lo cierto es que el sistema de Lamarck mejoraba mucho el de Linné, y bien podría haber sido acogida con entusiasmo por parte de sus coetáneos, en cuanto que los invertebrados habían sido descritos con tanta exactitud por Lamarck. Pero sus crecientemente profundas observaciones le llevaron a detectar no sólo los errores de carácter parcial en el sistema linneano, sino que llegó a afirmar el error básico de considerar que existen tantas especies como ha creado el ser supremo desde un principio. Esto sí era una afirmación osada en la época en la que le tocó vivir, aunque lo cierto es que, si lo hubiese hecho en la edad media, tal socavación de los fundamentos religiosos de la iglesia habrían sido acogidos calurosamente, en la hoguera. Era la misma biblia quien afirmaba la creación de los animales, tal como son hoy, por Dios, el sexto día.
Los contemporáneos de Lamarck arremetieron sin dudarlo contra sus razonamientos, y, si bien no lo quemaron en la hoguera, su teoría recibió mayormente escarnio y vituperio, y un tajante rechazo.
Pese a todo ello, Lamarck prosiguió sus trabajos y argumentaciones a favor de su teoría, y afirmaba que los animales experimentan cambios en función del medio en que se hallan, con el que interactúan. Los cambios en el medio suponen un cambio en las necesidades del animal, que determinan su modo de ser y su comportamiento, que, al cambiar, producen de algún modo el cambio en algunos de sus órganos. Los que eran muy activos en precedentes condiciones de existencia, acabarían cayendo en la pasividad, debilitándose, hasta extinguirse por entero, o adquirir una nueva forma orgánica si el proceso inverso desarrolla órganos que han de pasar a un estado constante de ejercicio.
El ejemplo clásico de Lamarck a este respecto era a través de la imagen de la jirafa, cuyo largo cuello sería consecuencia de un paulatino estiramiento en busca de las hojas más altas de los árboles que les sirven de sustento. Otro ejemplo de este tipo sería el que fijaba la atención en los ojos del topo, atrofiados por su vida cada vez más subterránea.
Para Lamarck, en estos cambios era decisivo el papel de los "impulsos internos", los "fluídos". Creo que indudablemente (en especial si consideramos el misterio de la metamorfosis de las larvas de los insectos, aún sin resolver), no sería del todo descabellado atisbar cierta validez en las teorías lamarckianas, pero lo cierto es que, según sus razonamientos, el estado de ánimo o las necesidades agresivas de un toro, por ejemplo, producirían en sus fluídos internos, en ciertas ocasiones, la necesidad de agredir o defenderse, y los "impulsos internos" provocarían la paulatina acumulación de sustancia ósea que constituiría sus cuernos, Otro tanto ocurriría con los pies palmeados de las aves acuáticas para nadar, o el alargamiento de sus cuellos para pescar peces, cambios que, además se transmitirán por herencia de padres a hijos, acentuándose de generación en generación.
Ahora no nos cabe duda de en qué medida estas afirmaciones de Lamarck eran erróneas de principio, pero la mera idea de mutabilidad de los animales era un gran avance y sólo, una vez sembrada, había de echar tenues raíces en la colectividad. Lamarck no se limitó a describir los animales, sino que comenzó a buscar "lazos de sangre" entre ellos, lo que supnía iniciar una genealogía del reino animal, y una tendencia a mostrar las imágenes impresas de animales ya con la sugerencia de una maquinaria viva que interactúa con su medio y que cambia la disposición de sus elementos en relación a sus necesidades y lo que dicho medio le ofrece. Sólo se puede entender que a fuerza de dibujar y comparar dibujos de animales, de analizar sus formas visibles, los hombres como Lamarck intuyesen nuevas ideas sobre la configuración del mundo natural, pero Lamarck mismo no pudo sustraerse a una idea de cadena de eslabones independientes, y la demostración con hechos de su teoría del transformismo era difícilmente aceptada en su época porque no armonizaba con la situación política del período que le tocó vivir.
Tengamos en cuenta que, en las postrimerías de siglo XVIII, la poderosa burguesía francesa había triunfado sobre la monarquía y la aristocracia feudal, y sólo le quedaban como enemigos potenciales los obreros y artesanos, enemigo en todo caso más fuerte y peligroso que el antiguo. El miedo de los vencedores alimentó la necesidad de una mano dura que mantuviese a raya al populacho, dando sentido a la subida al poder de Napoleón, y, más tarde, al retorno de los Borbones. Todo volvía a ser firme e inconmovible.
Pero de pronto la teoría de un tal Lamarck hablaba de la mutabilidad de todo lo vivo, conmovendo los pilares de la sociedad, quebrantando la fe en Dios, proclamando la posibilidad de cambio de las cosas, incluído, tal vez, el régimen vigente. Pero el régimen vigente no veía la necesidad de más revoluciones, y las instituciones utilizaron las viejas armas del descrédito para evitar toda posible consecuencia.
Lamarck murió pobre y olvidado, como un anciano que hubiese perdido el uso de la razón. En sus últimos años de vida nadie se acordaba de él, hasta 1829, cuando se hizo público su fallecimiento. Pese a sus detractores académicos, el hecho es que se trataba de un miembro de la Academia y habrían de dedicarle un panegírico en su honor y memoria, encargo que recibió el ya ilustre Georges Cuvier (1769-1832).
Lo cierto es que la fanfarronería de Cuvier no pudo sustraerse a la tentació de la burla y el escarnio y ni siquiera la Academia autorizó la lectura de semejante discurso necrológico.
Cuvier podría constituir el mejor representante del tipo de naturalista políticamente correcto y socialmente exitoso. Consideró el sistema lamarckiano poco menos que como el delirio de un loco que se atrevía a dudar de la omnipotencia creadora de Dios, y también fué un duro crítico del sistema de Linné. Cuvier siempre practicó un respetuosísimo tratamiento de la figura de Dios a pesar de los apuros que suponía conciliar los hechos científicos con los litúrgicos. Pero Cuvier era Cuvier, y sabía arreglárselas bien en los trances difíciles, y fue precisamente su afán de armonizar los hechos con la biblia lo que le llevó a redactar su famosa "teoría de los grandes cataclismos". Fue precisamente esta capacidad, para para amoldar los hechos científicos a los cánones de la iglesia, lo que dió fama a Cuvier, además de sus espectaculares demostraciones de anatomía comparada. Tengamos en cuenta que hablamos de la misma época en que las florecientes eciclopedias eran un gran éxito entre las pudientes clases altas y sus representantes científicos y docentes. Las más destacadas serían la de D'Alembert, en colaboración con el mismísimo Diderot, y, sobre todo, la inmensa "Historia Natural" de Buffon. Todas ellas eran muy conocidas gracias, en gran medida, a su contenido en imágenes, obra de grandes dibujantes y grabadores. El mundo editorial se moderniza especialmente al enriquecer su mundo virtual con estas imágenes de animales y paisajes de otras tierras. La era de la ilustración, al fin y al cabo.
Cuvier fue un magnífico dibujante, y un gran conocedor de la anatomía animal, tema en el que fue tan erudito como para inaugurar las bases de la moderna anatomía comparada, asombrando a sus contemporáneos con sorprendentes reconstrucciones de esqueletos y su análisis en relación al estudio de esqueletos de otros animales que presentaban analogías anatómicas. El arte como vehículo de la ciencia, o viceversa.
Del mismo modo que Cuvier criticó con dureza a Linné o a Lamarck, también es cierto que otros antes que él habían sido perseguidos por defender teorías análogas a las suyas. Tal y como Cuvier fue un entusiasta de la experimentación (me permito un inciso para sugerir la idea de considerar las ilustraciones de los libros de zoología como experimentación virtual), otros antes que él hubo partidarios de los hechos y los experimentos empíricos. Recordemos que, cinco siglos y medio antes, Fray Roger Bacon, "doctor maravilloso", había defendido estos planteamientos. No le permitieron la palabra, le prohibieron seguir impartiendo sus clases en la misma Universidad de París, y se llegó al extremo de encarcelarlo por mago. En total, pasó unos veinticuatro años en diversas prisiones, tan sólo por propugnar el estudio de la ciencia antes por la vía de la experimentación que por el estudio de la teoría.
Una extraña coincidencia de apellidos se produjo cuatro siglos y medio más tarde, al otro lado del canal, cuando la Royal Society tomó como lema las palabras de Francis Bacon: "En las palabras no hay nada". Las imágenes de los libros, al fin y al cabo, no hacían sino sustituir a los hechos, constituirlos, frente al poderoso pero relativizado poder de las palabras.
Las grandes enciclopedias de los iempos de Buffon y Cuvier eran pródigas en ilustraciones, porque al igual que la iglesia debía su rápida propagación en base a la utilización de imágenes de contenido religioso más o menos advenedizo, asimismo la ciencia supo reaccionar para aumentar su potencia divulgativa apoyándose para ello en las artes plásticas (no olvidemos que la taxidermia, de creciente desarrollo en las colecciones zoológicas, no es sino una peculiar manifestación de la escultura) el éxito de estas publicaciones habla por sí sólo. La evolución de los recursos calcográficos tuvo mucho que ver recíprocamente con la creciente calidad física de los libros, y, una vez más, los protagonistas eran las plantas y los animales.
Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) fue un destacado escritor y naturalista, y uno de los pioneros en el uso de un estilo naturalista que yo me atrevería a definir como épico, en el sentido que, a fuerza de comulgar con la versión bíblica de la creación del mundo y las criaturas vivas, y de la historia del hombre, Buffon buscó un sano equilibrio entre la seductora narración de inspiración bíblica y literaria (la edición de Diderot de la enciclopedia D'Alembert no es sino una muestra de la preocupación por la calidad de este género literario nuevo, científico y evocador).
Después de licenciarse en derecho, Buffon se interesó por las ciencias, y tradujo del inglés (apreciemos la creciente agilidad de la inetrcomunicación y propagación científica) la "Estática de los Vegeyales", de Hales. Ya en la introducción de la edición francesa de esta obra, Buffon expone claramente la metodología experimental de las ciencias, exactamente en el año 1735.
En 1739, Buffon ingresó en en la Academia de las ciencias y se le nombró intendente del Jardín del Rey, futuro Museo de Historia Natural. El resto de su vida lo dedicó a la elaboración de la inmensa "Histoire Naturelle (1749-1789), que tuvo una enorme difusión entre un público cada vez más iteresado por las ciencias naturales. Este interés era vicario de la gran influencia que había ejercido la Enciclopedia al saber despertar el interés por todos los conocimientos humanos, desde un espíritu racionalista. En realidad, Buffon no colaboró directamente en la Enciclopedia, pero su pensamiento fue muy difundido en ella a través de sus discípulos. Cabe especial mención para Daubeton (1716-1799), autor de numerosos artículos y de las láminas de historia natural, ya que esta ha ido de la mano del arte gráfico para manifestarse en el mundo de la cultura. También Diderot colaboró en artículos como "Animal" y "Especie humana".
Lo cierto es que Buffon no fue propiamenta un enciclopedista. Sin embargo, colaboró en la batalla en pro del método experimental y de la independencia de las ciencias frente a cualquier teoría preconcebida. Por esta cuestión de principios veía un exceso de sistematización en Linneo, y prefería limitarse a una descripción de los animales basada en la meticulosa relación de datos de su naturaleza y costumbres.
Su "Thèorie de la terre" (1749, modificada y completada en "Epoques de la Nature", 1778) manifiesta una progresiva orientiación hacia una concepción transformista del universo. Le parecía discutible la estabilidad de las especies vivas, por lo que introdujo en su desarrollo, como en el del hombre, la idea de progreso y encadenamiento de los seres vivos, conceptos precursores del evolucionismo. Criticó con aspereza la concepción antropomórfica y finalista de la época, considerándola poco más que un sistema de leyes.
Pero lo más importante de Buffon reside en su perfeccionismo como divulgador. Creía que una obra de vulgarización o divulgación científica sólo podía tener efectividad si su estilo contribuía a ordenar y vivificar las ideas, dando tal importancia a este problema que su discurso en la academia francesa (1753) lo tituló "Discurso sobre el estilo". En él, Buffon afirma que las ideas y las teorías, sobre todo en el campo científico, constituyen algo impersonal, pero el estilo es importante porque pone de manifiesto el espíritu y la naturaleza individual de la inteligencia que las produce; lo que Buffon llama "el estilo del hombre".
Su obra fue muy difundida, y sus láminas ilustradas también. En España, a lo largo del siglo XVIII, lo fue gracias principalmente a las sociedades económicas de amigos del país, quienes las incluían en sus planes de estudios. La primera adaptación de la Historia Natural de Buffon en nuestro país fue el libro de texto del seminario de Vergara ("Historia Natural del hombre", 1773).
Más tarde, Clavijo y Fajardo la tradujo casi íntegramente ("Historia Natural, general y particular, 20 vols., 1785-1805). Su pensamiento también fue conocido a través de la publicación en nuestro idioma de la "Vida del conde de Buffon" (1797), que incluía el "Discurso sobre el estilo", y de la versión del "Espíritu del Conde de Buffon".
La enciclopedia Diderot et D'Alembert, también daba gran importancia a la relación de datos, de la observación de la vida de los animales, y sus particularidades. La preocupación por los matices verbales era aún muy poderosa, y se seguía procurando el reconocimiento de los animales a través de la identificación de sus más recientes imágenes con las más antiguas. El rinoceronte está representado por la variedad asiática, por persistencia de la imagen del rinoceronte de Dürer reproducida en Gesner. Y el elefante todavía aparenta tener el pabellón auditivo hacia el exterior, hacia delante, como el humano, tal y como aparece en muchos grabados anteriores.
No podemos olvidar, tampoco, la gran relevancia de la obra de Geoffroy Saint-Hillaire, mentor, en su momento, del joven Cuvier.
El perfil humano del naturalista empieza a perfilarse durante la época de la Ilustración y la Enciclopedia. El arte y la erudición son sus herramientas principales, como vehículos de los datos experimentales, así que la personalidad de estos personajes, gozosos de un alto rango social, era decisiva para llamar la atención en las congregaciones científicas. Hacerse ver y escuchar comienza a ser fundamental, y Cuvier siempre cumplió con todos los requisitos necesarios, demostrando el don de la oportunidad. Debía venirle de familia, porque también su hermano Frédéric supo encontrar un buen lugar en en la Academia, y fue profesor de fisiología en el Museo, así como colaborador de Geoffroy Saint-Hilaire en "Historia de los Mamíferos", por no hablar de su extraordinaria y visualmente atractiva "Historia de los cetáceos", o de su interesante "El instinto y la inteligencia de los animales".
De la anatomía, en general, hubo estudiosos antes que Georges Cuvier, pero, como hemos dicho, sería él precisamente el creador de la anatomía comparada. Para ello comenzó por los moluscos, en parte porque de más joven había vivido en Normandía unos años, y tuvo ocasión de observar distintas especies en sus ricas costas, así como para la observación de aves, peces y otros animales que también disecaba. Tenía dieciocho años y daba clases a los hijos del conde de Héricy, ocupación que no le quitaba demasiado tiempo de sus aficiones: la descripción y el dibujo de los animales. Cuvier era un buen dibujante, y es más que posible que dicha condición esté estrechamente relacionada con su claridad de reflexión al analizar las formas orgánicas en anatomía.
Linneo se había interesado por el aspecto externo de los moluscos, sus conchas en la mayoría de los casos. Cuvier se centró principalmente en su constitución interna.
Pero sus más definitivas conclusiones llegarían estando ya en París por invitación de Saint-Hilaire, renombrado científico, y se aplicó en el estudio de los órganos de los animales.
Cuvier practicó mucho la disección, llegando a concebir el organismo como un todo en el que la modificación de un sólo órgano incide en el resto, como la ancha dentición de los rumiantes está en función de un largo y voluminoso tracto digestivo.
El arma de Cuvier para conseguir la atención y aprobación de su público, y en definitiva ganarse la fama entre los de su profesión, fue principalmente el recurrir a formas expositivas muy ilustrativas, como preparaciones para la conservación de especímenes, esqueletos y, cómo no, dibujos. Simultáneamente a su creciente popularidad, Cuvier comenzó su carrera de funcionario público. Desde entonces no dejó de ocupar importantes cargos en el aparato estatal (ver bibliografía comentada). No cabe duda, a la luz de su dilatada obra, que debió de ser un hombre nuy activo, teniendo en cuenta sus múltiples ocupaciones, y debió disponer de un eficaz equipo de colaboradores de los que sin duda sabría sacar partido.
Después del primer hallazgo de un fósil de dinosaurio (concretamente un iguanodón, en Inglaterra) la paleontología se convirtió en una especialidad de creciente interés, en la cual Cuvier supo aplicar sus habilidades para analizar formas, y aprovechó su ventajosa posición para que le enviaran todos los restos posibles hallados en excavaciones científicas o mineras. Con estas reconstrucciones de los animales del pasado, se labró una gran reputación de credibilidad, y todo este material, y los dibujos referentes, sirvieron para enriquecer la exposición de su teoría de los grandes cataclismos, concebida como una explicación al hecho de que estos animales remotos fuesen distintos a los de la actualidad. Cuvier argumentó que serían animales propios de entornos concretos que sufrieron dichos cataclismos llevándose consigo a su fauna, quedando como supervivientes los conocidos en la actualidad, los cuales los distribuyó según su renovadora teoría de los tipos, que, paradójicamente, no presentaban relación mayor que una cercanía tipológica, pues se negaba a admitir cualquier tipo de parentesco que alimentase un criterio transformista. Cuvier, que llegó muy lejos en la vida, se caracterizó por avanzar lo científicamente posible en terrenos políticamente correctos.

b) Wallace y el Darwinismo.
La Naturaleza espectacular de Brehm.

Alfred Wallace (1823-1913) pasó cuatro años en los bosques amazónicos del Brasil, actual Meca del conservacionismo mundial, reuniendo admirables colecciones e interesantes anotaciones. Sin embargo, un naufragio, que lo obligó a vagar por el océano durante diez días en un bote, le supuso volver a Londres con las manos prácticamente vacías.
Su propio hermano no había sobrevivido a la dureza de las condiciones de la expedición (las enfermedades tropicales eran un riesgo muy alto para los exploradores europeos) para la que habían estado ahorrando junto con su amigo, el joven maestro Henry Bates. Aquel incendio en el barco de la expedeción brasileña frustraba su sueño de explorar las islas del archipiélago malayo, que había pensado sufragar con los beneficios de sus trabajos de investigación.
Afortunadamente, la noticia del naufragio tuvo el eco suficiente para que un rico coleccionista se interesase por su trabajo, así como una serie de científicos, que por diversas razones estaban interesados en la adquisición o estudio de animales de Malasia. Así, con tan inesperada subvención, Wallace volvió a partir en 1854, y, asu vuelta, ocho años después, era ya un experto naturalista y un conocido científico, y es que, desde los tiempos de Linné, el poder de difusión de la prensa había alcanzado una gran rapidez y periodicidad.
Había explorado las Islas más grandes, y algunas más medianas, del archipiélago, recorriéndolas a pie o a caballo. Navegó en juncos y veleros chinos, y elaboró numerosos diarios y cuadernos de notas que documentaban el descubrimiento, para la ciencia occidental, de cientos de animales ignorados hasta ese momento.
Su aportación a la entomología fue muy considerable, puesto que llevaba consigo más de cien mil ejemplares de insectos, entre los cuales quince mil lepidópteros y más de ochenta mil coleópteros. En total, unos ciento veinticinco mil quinientos ejemplares de insectos, aves y otros animales salvajes, y gracias al gran momento de la prensa gráfica, y la reciente incorporación de la fotografía al medio, su regreso al país adquirió un carácter apoteósico, puesto que le rodeaba un caldo de cultivos de especulaciones acerca de sus teorías que presumía de haber encontrado al hombre con la solución al problema cardinal de la biología, cuestión en la que el papel histórico de Wallace ha pasado como ejemplo de modestia y nobleza científica.
Wallace es el perfecto ejemplo de súbdito de la Inglaterra expansionista, de la edad de oro de las colonias y el intercambio de productos de ultramar. La era victoriana, impulsora de tantos proyectos científicos, de tantos gabinetes llenos de maquetas de maquinaria, ingenios mecánicos, libros de geografía universal y enciclopedias de zoología, similares tal vez al estudio fotográfico de Lewis Carroll, a las bibliotecas que veían resurgir los mitos literarios de la antigua sajonia en las páginas de Tennyson, también en las de Walter Scott y Stevenson, más tarde.
Una era caracterizada por el coleccionismo, y el gran florecimiento de las grandes instituciones museísticas. El ejemplar capturado y naturalizado, en muchos casos el holotipo de una especie, adquiere un valor científico y social. Wallace era un coleccionista, y un cazador.
El reconocimiento de una forma animal diferente, desde el punto de vista del naturalista especializado, adquiere ahora la connotación de un mayor grado de atención. Comienza a entrañar nuevas dificultades diferenciar variedades de una sola especie, o especies similares, lo que implica un nuevo y más profundo conocimiento de la naturaleza.
Para los profanos, todos los caballos se parecen, pero para un criador no. Los demás ignoramos la diferencia de edad entre dos ejemplares, o nos vemos incapaces para estimar la edad de un solo ejemplar, del mismo modo que nos resulta difícil no confundir retratos con pelucas del XVIII. Es un problema de atención y de retención, memoria. Implica la sistematización, y el perfeccionamiento de ésta pasa por convertirla en un placer compulsivo, una irrefrenable afición.
Yuri Dmítriev, o Stephen J. Gould, nos ofrecen interesantes reflexiones al respecto, y es Dmítriev quien rescata un significativo texto de un carta de Wallace a unos amigos, a propósito del hallazgo de una mariposa desconocida para él:

"No es posible expresar con palabras la belleza de esta mariposa, y nadie, a excepción del naturalista, puede comprender la profunda emoción experimentada por mí cuando, al fin, logré cazarla. Cuando la saqué de la red y desplegué sus majestuosas alas, mi corazón palpitó apresuradamente y la sangre se me agolpó en la cabeza. Me sentí entonces más cerca del desfallecimiento que en los momentos en que me rondó la muerte.
Todo aquel día me dolió la cabeza: tan grande era mi emoción; en tanto que, para la mayoría de la gente cotidiana, la excitación producida por este caso, habría de ser insignificante".



Sin embargo, Wallace no se limitaba a la captura y colección de especímenes. Reflexionaba mucho sobre ellos, y los comparaba unos con otros, y pese a las dificultades de sus expediciones y el inevitable aislamiento de las instituciones y centros culturales y científicos, ya en 1855 escribió el artículo "Acerca de la ley que determina la aparición de nuevas especies", y aunque se trataba de su primer artículo, revisando la cuestión de la mutabilidad en el reino animal, ya afirmaba el hecho de la evolución, aunque no aportase todavía pruebas contundentes par ello, ni se viese capaz todavía de fundamentar su causas.





Según sus observaciones, la respuesta a la fuerza motora de la mutación de los organismos era la supervivencia de los mejor adaptados al medio, pereciendo los menos adaptados, identificados en este sentido como los más débiles.
Wallace veía un claro ejemplo en las variedades de una misma especie que encontraba en las islas que visitó. Las variedades podían comenzar a ser vistas como nuevas especies que estaban naciendo, que cobrarían arraigo a lo largo de muchas generaciones, que definirán la aparición de una nueva especie de cuyas variantes surgirán otras, y así sucesivamente.
Estas nuevas ideas, que seguramente tenían un terreno abonado en una sociedad predispuesta a encontrar una explicación científica a los misterios y las maravillas (recordemos el éxito editorial de la prensa de la época, a cargo de Conan Doyle, acerca de la posibilidad de admitir, como prueba científica de la existencia de las hadas, unas fotografías que suscitaron un caso de investigación digno de Sherlock Holmes, a cargo de un Sir Arthur seducido por una protocienciología un tanto fantasiosa y ensoñadora.
Wallace estaba dispuesto para la redacción de un oportuno artículo sobre la mutabilidad de las especies cuando se le declaró un violento brote de paludismo. Pese a ello, lo redactó cuando la fiebre se lo permitía y lo envió por buque a Inglaterra, donde produjo una enorme impresión entre los naturalistas tanto por su contenido como por la atractiva novedad de haber sido redactado lejos del ámbito de bibliotecas y museos, de debates y controversias científicas.
El tema ya era de actualidad científica, puesto que hacía unos veinte años que se sabía de las deduciones, convincentes y bien argumentadas, de Charles Darwin, quien se proponía publicar su trabajo de largos años, mientras Wallace ya había redactado un artículo específico.
El cotarro científico sabía ya de la trascendencia de cualquier teoría sólida sobre la cada vez más aceptada mutabilidad, y se produjo una cierta espectación acerca de la prioridad del pronunciamiento, del descubrimiento, y en este sentido, habría que reconocer que, formalmente, le correspondería a Wallace, a la que él mismo renunció en cuanto tuvo noticia de los estudios de Darwin, a quien llegó a facilitar sus notas y apuntes, observaciones y colecciones.
A petición de Darwin, Wallace elaboró diversos temas para la obra básica del sabio, y cuando editó su propio libro sobre la selección natural lo tituló "Darwinismo". Además de este volumen, Wallace escribió muchos otros dedicados a sus viajes y experiencias, destacando particularmente la obra de zoogeografía más importante del momento: "Distribución geográfica de los animales".
La zoogeografía, ocupada del estudio, no sólo de la distribución de la fauna en el globo, sino de sus cambios en relación a los condicionantes gelógicos y climáticos, pero no adquiere consistencia metodológica hasta la publicación de la obra de Wallace. Las zonas zoológicas que él precisó siguieron siendo denominadas zonas 'wallaceanas', y su obra constituyó una mezcla de crónica de aventureras y arriesgadas expediciones y renovadas reflexiones sobre la condición de la vida misma y los animales.
La época de Wallace y Darwin está condicionada por los nuevos medios de difusión cultural, por la gran popularización de la prensa escrita y la progresiva masificación de las ediciones de libros ilustrados. La polémica suscitada por los primeros artículos de Darwin fue un rico material para alimentar los noticiarios del momento.
El debate entre el obispo Wilberforce, polemista y orador experto, y Huxley, defensor de la teoría darwinista, dio carnaza suficiente como para entrar en una nueva era de consideración hacia los animales como compañeros evolutivos en forma de polémica más irreconciliable de lo que parecía, a tenor de las múltiples manifestaciones creacionistas que están aprovachándose del mundo editorial, así como del medio documental videográfico para televisión.
No voy a comentar en profundidad "la batalla de Oxford", ni los detalles de la controversia que acabó por dar la razón a Darwin. Considero que fue un momento decisivo para la interpretación misma del naturalismo, pero no es particularmente decisivo sino para reavivar un interés siempre suscitado por los temas zoológicos, y, en todo caso, no incide particularmente en aspectos formales de las imágenes zoológicas, a no ser en una cierta matización en las imágenes de monos y simios.
Si bien hemos visto ejemplos en siglos anteriores, como el muy realista pero humanizado macaco de Goltzius, y de ilustraciones de monos muy exactas, lo cierto es que desde el renacimiento hasta el barroco son muy frecuentes las imágenes de hombres peludos para representar a los monos en muchos libros ilustrados de animales.
Recomiendo los múltiples artículos que revisan este tema a cargo de Stephen Jay Gould (quien incluso nos da una interesante reseña sobre la fatídica demencia congénita del capitán del Beagle, hombre que tuvo una tensa y respetuosa relación con Darwin, con cuyas teorías nunca estuvo de acuerdo), y sus interesantes observaciones sobre la incidencia del arte gráfico en la moderna divulgación científica.
Sea como fuere, a menudo tendemos a recordar la polémica de Oxford como la discusión entre una visión antigua y una visión nueva del sistema natural, y en particular de la cercanía del hombre con otros primates.
Sin embargo, como decimos, era muy frecuente la aparición de ilustraciones que bestializaban figuras humanas para representar monos (ver "La imagen del mono", en estas mismas páginas), que se popularizaron no sólo a través de los libros ilustrados, sino de gacetas y folletines de otra índole.
Las caricaturas de la prensa escrita, en el momento del debate de Oxford, no hacían sino atestiguar la popular aceptación de la idea que identificaba a los monos con cierto tipo de humanos inferiores. La noción evolucionista del mundo animal y vegetal era algo que de alguna manera flotaba en el ambiente (algo imprescidible para la entrada, aunque traumática en apariencia, de la nueva teoría, que habría sido, sencillamente desestimada si nadie tuviese una mínima noción del contenido de su propuesta), del mismo modo que los humores internos de la teoría Lamarkiana podrían atisbar un sentido con la irrupción de la genética, ya desde Mendel, y, en particular, desde Watts y Crick. La teoría de Darwin constituía la sólida exposición de un cierto sentir de buena parte de la opinión pública, y la Inglaterra Victoriana, tan fiel al rigor científico como a su mausoleización y a la ensoñación de una intrahistoria feérica, era el marco ideal para la compulsiva floración de dichas ideas.
En ciertas ilustraciones del siglo XVIII, como en las páginas de D'Alembert o de Buffon, el paisaje, aunque a menudo occidentalizado, está cada vez más presente para realzar la verosimilitud de las imágenes de animales. A menudo es posible detectar ciertos ideogramas transparentados por las figuras animales. El elefante presenta una errónea humanización de su rostro u cabeza, de la que brota bruscamente más una manguera que una trompa, y sus grandes orejas, como las nuestras, muestran el interior del pabellón auditivo, ahuecado, cóncavo, imposible en un elefante.
Un siglo antes de la teoría de Darwin ya un sector del público había visto grabados con monos humanizados, o humanos bestializados, con los pies en forma de manos (este sí es un dato identificativo que no suele olvidarse fácilmente), y estas imágenes bien podían haber alimentado ( o, tal vez, a la inversa) arquetipos instalados en nuestro "hardaware" más íntimo, refrescándolos o regenerándolos en cierta forma.
Lo más curioso, es que es a partir de la aceptación de la teoría de Darwin cuando las imágenes de monos en los libros de naturaleza se esfurzan más por subrayar las diferencias entre las distintas especies de monos, y entre éstos y el hombre.
Darwin, al igual que Wallace, fue un apasionado cazador en su juventud, y un gran coleccionista durante toda su vida, actividad placentera que además era imprescindible para la documentación de datos. Coleccionar formas, posibilidades biológicas, o enfrentarse a ellas, responde a la imperiosa necesidad natural de cotejar las posibilidades del entorno y del propio organismo para una provechosa interacción, de forma natural, innta. Del mismo modo que nos hemos referido al circo romano como en el mismo sentido, deberíamos hablar de los libros de aventuras y su interacción con las enciclopedias y libros de viajes. Si Verne recurría a datos enciclopédicos para alimentar sus coherentes y realistas fantasías, también es cierto que los naturalistas, sobre todo en el siglo XIX y principios de nuestro siglo, no podían evitar emular a Salgari, conscientes como eran de la estrecha relación entre el público con viva curiosidad científica y el amante de las aventuras, puesto que los decubrimientos científicos, y de forma particular los hallazgos botánicos y zoológicos entrañaban auténticas expediciones arriesgadas, y ambos estilos se complementaron mutuamente, hasta tal punto que muchos de los más seductores no eran muy de fiar. La victoria de Darwin no significaba que sus detractores se hubiesen callado o debilitado. Los libros de Darwin y Wallace, los artículos de Huxley y otros Darwinistas, si bien solían acompañarse de alguna ilustración, lo cierto es que eran textos densos, llenos de casuísticas y detalles, más cercanos a un público especializado que simplemente curioso, y hacía falta recuperar el esplendor visual de obras como las de Cuvier para devolver a las ciencias naturales su esplendor de antaño sin perder un ápice de su moderna precisión. Se precisaba de la aparición de un libro de divulgación científica escrito como cualquier gran enciclopedia zoológica conocida, visualmente atractivo y bien ilustrado, con grabados realistas (el paradigma fotográfico al que aludimos en páginas anteriores ya comenzaba a hacer mella en la estética del arte realista y naturalista de la época), redactado con la misma emoción épica de Verne, Walter Scott o Salgari, y a la vez referir con claridad la nueva clasificación animal, el nuevo criterio clasificatorio, la buena nueva de la historia evolucionista de la vida, cuya base argumental gozaba de de una recurrente y atractiva premisa dramática: la lucha por la supervivencia, sólo sobreviven y evolucionan los más fuertes o los mejor adaptados, convirtiendo el mundo natural en vastas hordas de héroes y villanos, de gloriosos supervivientes de tiempos remotos y difíciles.
Y ese libro llegó, de la mano de Alfred Edmund Brehm.

Brehm (1829-1884)
fue también un apasionado cazador y viajero. Era un gran tirador, aunque le llevase a ello la forma en que, en su tiempo, se manifestaba el amor apasionado por los animales. Los capturaba para su clasificación, para su detallada observación orgánica y anatómica, y me gustaría destacar particularmente la riqueza de matices lingüísticos para referirse al color. Los esfuerzos léxicos de Brehm para describir las diferentes tonalidades de los animales son dignos de mención. El naturalista era hijo del ornitólogo Ludwidg Brehm (Schonau 1787- Rentherdorf 1864), e indudablemente aprendió de él la importancia en la apreciación de los matices cromáticos para determinar muchas diferenciaciones texonómicas. Pero Brehm encarna, sobre todo, la figura del naturalista intrépido, viajero y explorador. Viajó por África, las islas Canarias, , el norte de Europa y Siberia, y gustaba de la narración directa de los hechos, reforzada por un ritmo narrativo aprendido directa o indirectamente de los cuentos y libros de aventuras. Un estilo que inicialmente explotaría de viva voz, y con el que seduciría siempre a su audiencia, comprendiendo prontamente que eso era lo que buscaba el aficionado a la zoología en los libros ilustrados: bellas y realistas imágenes y datos científicos aderezados con emocionantes narraciones cinegéticas.
Christian Ludwig Brehm era sacerdote (¿acaso no lo esperaban?). Ya en vida era muy apreciado como ornitólogo, cuyo tratado de tres volúmenes, entre otras obras, le supondría el doctorado honoris causa de la universidad de Jena. Poseía una gran colección de aves vivas y disecadas. Se calcula que poseería alrededor de las diez mil piezas. Y es que el interés suscitado por el discurso de un naturalista, ha de seducir precisamente a través de la cercanía de la imagen directa de los animales, siempre fascinadora, de una forma u otra. La mera visita comentada a su colección debió impresionar bastante al barón John von Muller, quien se disponía a viajar a África y buscba el asesoramiento de un ornitólogo. Muller encontró, además, un enérgico joven amante y conocedor de la naturaleza, dispuesto a viajar, el asistenete perfecto, ya que Alfred, que entonces contaba dieciocho años, reunía todas las cualidades buscadas por el barón.
Durante dos años de viaje, Muller y Brehm recorrieron mediante múltiples medios de transporte cientos de kilómetros, incluyendo lugarés jamás hollados por europeo alguno. El viaje estuvo lleno de peripecias y aventuras con animales salvajes y humanos nativos que los tomaban por traficantes de esclavos. Su dedicación consistía en la captura, descripción y clasificación de animales para colecciones zoológicas en Europa. Al cabo de estos dos años, Muller regresó sólo a Europa, para proveerse de nuevo equipo, y, sencillamente desapareció, por lo que Brehm se vio en África sin medios de subsistencia ni posibilidad alguna de recibir ayuda para su propio regreso o para el mantenimiento de los ejemplares capturados. Más tarde se enteraría de que Muller se había arruinado, pero el hecho es que las ganas de regresar conjuraron su suerte para conseguir un préstamo que le permitiría partir a través de El Cairo. Allí, se encontró con un científico, lo suficientemente popular en la época como para que Brehm aceptase acompañarlo en su viaje, ocsión que Alfred no se quería perder, y continuó su periplo durante tres años más, hasta 1852, cuando llegaron a Inglaterra.
A su regreso, Brehm ya encarnaba el personaje que, posiblemente, él hubiese escuchado con deleite en su juventud. No se trata de un simple dato biográfico de Brehm, sino la clave de su éxito divulgativo. Imagínense que estudian en la Universidad de Jena en 1853 y, entre los estudiantes, aparece un tipo fornido, de rostro cutido por las inclemencias climáticas, que asombra a profesores y alumnos con sus extraordinarios relatos, de primer mano, acerca de la observación de los hábitos y la captura de todos esos maravillosos animales descritos y reproducidos en los libros de historia natural.Todos quedaban atrapados por el atractivo Brehm, pero, sobre todo, si tenemos en cuenta que en su habitación de estudiante tennía un pequeño parque zoológico con animales que cmpaban libremente por la estancia.
Ya en Jartum había tenido a su lado una leona domesticada, o un hamadríade, un impresionante pariente de babuínos papiones y mandriles, de mayor tamaño e imponente melena, mandíbulas y potencia física. En Jena, Alfred se contentaba con la compañía de una mangosta, un mono pequeño y varios papagayos, pero los tres años de popular presencia en la universidad de Jena bajo la sombra de prestigio de su padre, configuraron una personalidad de alguien que deseaba dar solidez a su figura de fornido aventurero intrépido con conocimientos zoológicos si estos no se formalizaban y completaban científicamente. Por eso, tanato en jena como en Viena, fue un concienzudo estudioso de la zoología, de la cual, hasta ahora, había sido poco más que un aficionado, ya que, antes de partir hacia su carrera naturalista, Brehm era estudiante de arquitectura, por lo cual, podemos deducir que tuvo una visión bastante clara de la importancia del dibujo como medio de expresión de ideas, y seguramente no se le daría del todo mal. Los conocimientos de geometría y perspectiva impartidos en la época serían más que suficientes para comprender la importancia de la irrupción de la fotografía en los medios de difusión, y en especial la fotografía paisajista del escocés David Octavius Hill y su colaborador retratista Robert Adamson. El sueco Gustave Rejlander y el británico Henry Peach Robinson descubrían el método para crear una copia a través de varios nagativos diferentes. Los grabadores de las imágenes zoológicas de los tiempos de Brehm, comenzaban a disponer de material fotográfico para realizar sus dibujos, que comenzaban a adquirir una deuda con el collage fotográfico, directa o indirectamente. El mismo Robinson, que como Hill había comenzado su carrera como artista del dibujo y la pintura, basó sus imágenes descriptivas sobre apuntes iniciales a lápiz, y su influencia como fotógrafo 'artístico' (sería mejor decir 'artisticista', o si lo prefieren 'pictoricista') fue muy grande. Recordemos que los trabajos de Julia Margaret Cameron, asumían a menudo la composición y represetación de obras pictóricas de la época.
No tardarían en llegar los tratados de fotografía naturalista para estudiantes de Peter Henry Emerson, fotógrafo de afición que cuestionaría el uso de la fotografía como sustituto de las artes visuale, incitando a la única fuente de inspiración de la naturaleza tal cual se presentaba ante la cámara. Indudablemente, Brehm debía estar al tanto de la evolución gráfica de las imágenes que ilustaban los libros, y sería sensible a aquellas que imitaban los preceptos emersonianos aplicados al dibujo básico de las planchas de grabado inspiradas en las fotografías. Se trata de una época en la que las imágenes de los libros generan un realismo a caballo entre el manierismo pictorialista (tanto por parte de la fotografía como del dibujo) y el impresionismo fotográfico.
Dudo mucho que un naturalista experimentado, con conocimientos de arquitectura y pasión por los libros de zoología, no fuese sensible a lo que el público más exigente buscaba en la calidad de las imágenes, y, cómo no, los textos de los libros de historia natural. Un hombre, recordémoslo, acostombrado al agasajo de sus oyentes, fascinados por sus conocimientos y por la presencia directa de sus animales, cosa que le venía de familia.
Tras graduarse en Viena, Brehm se traslada a Leipzig y empieza a dar clases en un Liceo femenino, donde se definió al máximo la sedución del dominador de la naturaleza (condición básica del atractivo sexual en cualquier especie animal, ya sea por la victoria sobre otros machos, o por mostrar rasgos físicos biológicamente rentables -como la ancha espalda de los antropoides supreriores más fuertes, o el trasero pequeño y redondeado de los buenos corredores, excelente aptitud cinegética), y este constituiría un período admirable para Brehm y sus alumnas. Al hablar de los animales, inevitablemente, Alfred revivía sus aventuras, y sus alumnas, hechas seguramente a la cercanía de la literatura aventurera y enciclopedista de Verne y similares, quedaban fascinadas por la confirmación de la existencia de los fascinantes parajes descritos en los libros de viajes y las crónicas de las colonias de ultramar. En cuanto a los animales, su poder de seducción era tan inevitable y natural como en tiempos de Aristóteles, de Plinio, de Linneo, con la diferencia de una actitud más segura en cuanto al dominio de las fuerzas de la naturaleza, algo patente, por otra parte, en la creciente popularidad de los parques zoológicos, índices del poder colonial y comercial de las ciudades y países que los acogían.
Es más que probable que fuese la atención y el interés suscitados por sus relatos lo que empujó a Brehm escribir, para dar form concreta, intercambiable, a aquello que mejor sabía producir: relatos sobre tierras y animales indómitos, un bien que ya entonces empezaba a delatar su inmediata escasez.
Creo que Brehm era muy consciente de todo ello y se sintió un tanto incómodo en su cómodo confinamiento, por lo que decidió partir de nuevo a la aventura, componente esencial de su quehacer diario. Recorrió Etiopía y España, Canariasy Sudán. Viajó a Hungría, Noruega, Laponia y Siberia hasta el mar de Kara, y muchos otros lugares, donde observó la fauna y tomaba notas que se convertían en libros, artículos y conferencias que redactaba durnte los intervalos entre sus viajes.
Lo más novedoso en los escritos de Brehm es la introducción a una amorosa admiración por el mundo natural y los animales. Fué muy crítico, teniendo en cuenta la cultura popular de la época, con la caza indiscriminada y el maltrato innecesario de los animales, actitud que había empezado a filtrarse en la cultura occidental a trvés de Rousseau y otros que reclamaban una menos drástica apreciación del mundo animal.
Estos criterios le empujan a hablar a la gente de la vida de los animales abogando por su protección, algo que ya era patenete en "La vida de las aves", su primer libro de cierta proyección.
La popularidad de Brehm fue en aumento, tanto entre el público científico como en el común. Tanto fue así, que los hombres de negocios que poseían el zoo de Hamburgo le ofrecieron el puesto de director. Buscaban contagiar al recinto del prestigio del nombre de Brehm, y su fama de enérgico, emprendedor, y gran conocedor de las más modernas teorías zoológicas, supondría una mejora comercial del parque. No sabían, no obstante, con quien estaban tratando.
Los criterios de exposición de la época se basaban, sencillmente, en la aliteración de la mayor cantidad posible de especies en un espacio lo más reducido posible, y no se concebía que la visión directa de los animales, la confirmación de su existencia fuera de las ilustraciones de los libros, no aportase un mínimo de acción, de emoción (la misma emoción atávica que hacía del circo romano un medio de control estatal -"pan y circo"- tan eficaz). Por ello, los animales eran hostigados habitualmete poara que el público los viese moverse, defenderse, agredir, rugir. Incluso el público tenía derecho a este tipo de maltratos, porque había pagado su entrada. Los animales, enloquecidos por su extracción del medio natural, habitaban jaulas lo más pequeñas posibles para rentabilizar espacio físico, y su alimentación tenía grandes deficiencias, ya que los propios empleados se beneficiaban a menudo de muchos productos destinados a la manutención de la fieras.
Brehm luchó contra este estado de las cosas, ampliando instalaciones y sancionando el maltrato, lucha insostenible al cabo de cuatro años, cuando los propietarios del zoo decidieron que Brehm no compartí su mismo lenguaje. Ellos sólo pensaban en la masiva afluencia de público y la rentabilidad económica, y Brehm ya sólo sabía pensar en los animales.
Los zoólogos que le precedieron habían descrito con detalle los huesos de los animales y sus músculos, la estrucura de sus cráneosl a constitución de sus estómagos, de sus sistemas de reprodución, de sus sitemas ciculatorios y respiratorios...en fin: de toda una serie de temas comprensibles para un público cad vez más especializado, mientras que los folletos y demás publicaciones sobre animales más populares contenían gran número de inexactitudes y mucho material ficticio. Brehm supo apreciar el atractivo de las emocionantes narraciones sobre animales tanto como del rigor de la información científica, y se propuso, además, cubrir el vacío de muchas especies todavía no descritas en los libros. Consideró que lo más indicado para una obra que pudiese satifacer no sólo a los especialistas, sino a un público más mayoritario, sería volcar las expectativas de la narración de acciones asombrosas en la explicación de los hábitos de los animales, de su comportamiento en libertad, de cómo son y cómo les condicionan los lugares en los que viven.
El primer tomo de "La vida de los animales" apareció en 1863, y no sólo contenía las observaciones personales de Brehm, ya que supo extraer rendimiento de su mucha correspondencia con cazadores, viajeros, amantes de la naturaleza, pescadores, zoólogos, guardabosques...en busca de los múltiples punos de vista de todos aquellos que pudiesen tener algo interesante que contar sobre los animales. Y aunque, sin duda, esto produjo una cierta merma del interés científico de la obra (plagada, inevitablemente, deanécdotas, historias inventadas y datos a menudo erróneos), supuso el éxito editorial de una obra de seis tomos, en su primera edición, que se fue ampliando considerablemente en sucesivas ediciones que, aunque no por entero, deshecharon gran parte del material dudoso o ficticio.
Los libros de Brehm supusieron un extraordinario impulso de la divulgación zoológica, se editaron en muchos idiomas, y, con las pertinentes modificaciones de texto y enriquecimiento de imágenes, han seguido editándose hasta nuestros días, por constituir un vasto catálogo de especies y ofrecer textos amenos e imágenes de gran poder evocador y descriptivo. Grandes dibujantes, como G. Mitzel, tuvieron a su disposición animales vivos y fotografías para recrear escenas de la vida de los animales en su entorno natural, a menudo mostrados en plena acción cinegética. Sus dibujos fueron reproducidos por grabadores de la calidad de Meurer, y la asombrosa calidad de detalle y realismo sentaría definitivamente las bases de toda obr de divulgación zoológica: dar una imagen detallada del animal y mostrarlo, a ser posible realizando una acción que evidencie las dotes de su peculiar constitución física.
Este tipo de ilustraciones, especialmente aquellas que se limitan al blanco y negro, demostraban ya una estraordinaria calidad de iluminación y detalle en formas y texturas, en los catálogos de malacología y descripciones óseas de animales, por razones obvias: la cómoda observación de restos animales inertes y manejables. Este grado de realismo no tardó en hacerse habitual (de las escuelas de arte salían artistas hábiles que buscaban cualquier tipo de aplicación profesional interesante a sus facultades), y así, en libros como el tratado de entomología de Otto Taschenberg mostrarían extraordinarias imágenes de la vida de los insectos, en las que estos y su entorno son reproducidos con gran exactitud (pensemos en lo manejable de un insecto, vivo o muerto, y el fácil acceso a la observación de sus detalles anatómicos sin salir del estudio de dibujo).
Brehm no propulso un estilo absolutamente nuevo. Podemos encontrar ejemplos del tipo de literatura científica ilustrada a la que él podía tener acceso. Los informes ilustrados de viajes y exploraciones, a menudo sufragados por organismos oficiales, ya habían alcanzado un alto grado de exigencia en la exactitud de las imágenes ofrecidas. Una muestra de este tipo de publicaciones la imprimió Reverley Tucker, en Washington, en 1857, bajo la dirección de la secretaría de la guerra y una orden del congrso del tres de Marzo de 1853. Se trataba de una relación de las exploraciones del territorio estadounidense, concretamente "Explorations and Surveys" encaminadas al estudio de la más practicable y económica ruta para un ferrocarril. En el volumen octavo ("Mississippi river to the Pacific Ocean"), por ejemplo, podemos ver dibujos de detalles anatómicos de castores, ratas de agua y musarañas, así como pezuñas de jabalíes de un detalle que niguna reproducción fotográfica de la época podía ofrecer, aunque indudablemente el camino hacia un realismo fotográfico ya estaba trazado.
Desde los tiempos de Brehm hasta nuestros días, la total irrupción de los medios foto y cinematográfico, los avances electrónicos que posibilitan la televisón y el soporte videográfico, y, más recientemente, los enormes pasos dados por los sistemas tecnológicos digitales e informáticos, hacen que la elaboración de imágenes zoológicas entren en una nueva era de la cultura visual, y, por tanto, nos encontramos ante un vastísimo tereno de estudio que abarca las producciones de cine documental, el cine de aventuras y ciencia-ficción, las exposiciones de divulgación zoológica, los parques temáticos, las modernas decoraciones naturalizadas de los zoos actuales, los programas informáticos de simulación de sistems biológicos pequeña y gran escala, los modernos acuarios y sistemas de proyección cinematográfica en tres dimensiones, la estereoscopia y la holografía, el cómic divulgativo, las enciclopedias en formato digital...

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